Óscar y Teresita: Pinochet y las empanadas de pabellón


La cita
Las cinco y treinta de la mañana. Puntual, con aire marcial aunque amable, el oficial llamó a la puerta. Recibió el pedido y se marchó rumbo al aeropuerto. El desayuno del señor presidente Herrera y sus ministros volaría hasta su mesa.
Las Maravillas  
En un par de minutos andando desde la estación Alvarado de la Línea 1 del Metro Madrid atestiguamos una transformación fluida. El acento castizo empieza a perder sintonía. Otros tonos surgen en el ruido de fondo del Mercado Las Maravillas, al estilo de nuestro Mercado  Bella Vista su casi exactamente contemporáneo, aunque quizás el triple del tamaño de éste; en la barahúnda, reconocemos la venezolanidad. Allí, no solamente es posible hallar cilantro, quesos blancos, harina de maíz precocida, malta y otros sino que también podemos degustar comida venezolana en dos pasillos plenos de pequeños restaurantes. Donde quiera que haya empanadas, allí está presente en sitial de honor, su majestad, la empanada de pabellón.    
La ciudad y el armisticio
En los despreocupados años setenta, aquella ciudad-pueblote fenicio desarrollaba muchas de sus actividades en pocas manzanas alrededor de la plaza Bolívar. Junto a ella, en un solo edificio, se concentraban los tribunales de justicia, la fiscalía, ministerio de educación, la inspectoría de tránsito terrestre, correos, telégrafos y la compañía telefónica. Tres calles más allá, bullía el comercio.
El transporte, público o privado, o los propios pies permitían acudir a almorzar en casa con tiempo de volver al trabajo a las dos de la tarde.
El armisticio feliz entre las empanadas criollas y los pastelitos andinos para satisfacer a los viandantes súbitamente llegó a su fin. Las ventas declinaban. El statu quo voló en pedazos por la irrupción con modos y fuerza de industria de las empanadas chilenas. Justo en pleno centro de la ciudad, a una cuadra del Teatro Juares, la producción de empanadas de harina de trigo en grandes cantidades, comercializadas al mayor y al detal, crudas o cocidas, retumbó en cada rincón de la meseta barquisimetana. Proliferaron los revendedores y también, productores independientes plegados a la moda. La novedosa ola produjo un pico sostenido de demanda en detrimento de los pastelitos y empanadas criollas.
La epifanía de Óscar
Óscar y Teresita se angustiaban en su local de empanadas a una cuadra apenas de la Plaza Bolívar. Así las cuentas no daban. Al final de una mañana de casi ninguna venta, a punto de finalizar la jornada que entonces concluía a las 12 del mediodía; después de un largo silencio, finalmente, Óscar dijo:
-      - ¡Hay que hacer algo novedoso!
-      - Claro, pero ¿qué?, replicó Teresita.
-      - Haz esto. Estiras la masa y le pones los ingredientes así: caraotas, carne, queso y tajada.
Teresita le tomó la palabra y amorosamente ordenó el relleno con tino de orfebre; y lo cubrió como quien envuelve el gentilicio.
El aceite caliente bautizó aquel experimento.
Óscar la probó y su rostro se iluminó.
-      - ¡Esto es! Casi gritó eufórico su particular eureka. 
Esa tarde, emocionado e incapaz de esperar hasta la mañana,  con la certeza del éxito, Óscar se dedicó a repartir unas cuantas empanadas a los automovilistas que pasaban frente al local, por la carrera 17.
El efecto fue inmediato. ¿Aquí es donde venden las empanadas de pabellón? Desde el día siguiente eran las más demandadas. Y el boom se expandió. Pronto, los conductores del transporte público adoptaron ese compacto plato completo como su almuerzo. Y el horario de Óscar y Teresita se prolongó en la tarde.
Sin conocer el local, ni a Óscar ni Teresita, un locutor las probó y por días estuvo ponderando las bondades de las empanadas de pabellón en su programa radial meridiano; quizás el más escuchado del momento.
Más tarde, la televisión nacional, en ocasión de una semana de transmisiones desde la ciudad, también las comentó por minutos, hasta alterar la salida al aire del noticiero, mientras las figuras televisivas degustaban en vivo las empanadas de pabellón.
Valentina Quintero reseñó las empanadas de pabellón en sus columnas, programas radiales y en su Guía.
La diáspora barquisimetana, entonces casi exclusivamente nacional,  se volcó a otra tradición. Degustar las empanadas de pabellón donde Óscar y Teresita. Manuel Caballero visitaba el local en cada viaje. Pascual Venegas Filardo las llevaba para su  familia en Caracas. Los anfitriones complacían peticiones de sus invitados con una vuelta por el local; consumo incluido, por supuesto.
Órale arepa
En la elegantísima colonia Polanco en Ciudad de México, vecino a la sede de la embajada de Venezuela, Calle Schiller, todo un poema “a la alegría” de los compatriotas, está Órale Arepa. Un restaurante con carta venezolana sencillo pero acorde con el lujoso entorno. Allí destacan las empanadas de pabellón como representación plenipotenciaria de la culinaria nacional. Al igual que ahora en muchos otros lugares de la enorme ciudad.
El general y las empanadas de pabellón
Los trágicos sucesos políticos de septiembre de 1973 y años posteriores en el geográficamente lejano Chile; con similares episodios en todo el cono sur, nos trajeron millares de sus nacionales. Escapaban del horror desatado. De la persecución, de lo inadmisible antes y ahora. Y llegaron intelectuales, músicos, artistas, profesionales, estudiantes, comerciantes, amas de casa, niños  y adolescentes. Venían a respirar paz, libertad y ganarse la vida. Traían su acento, sus costumbres, sus ganas, su comida. Sus empanadas chilenas. Y, sin querer, de exilio a exilio, también traían esta carambola culinaria de trascendencia histórica que exaltó el nacionalismo venezolano tácitamente, sin beligerancia, sin saber, pero con sabor.  
En estos tiempos de innovación en los que trastocar o combinar es mandatorio en todos los ámbitos puede pensarse que la empanada de pabellón era irremediable. Aparecería tarde o temprano. Es cierto. Sin embargo, en aquel  momento, hace más de cuarenta y siete años no era así. La ruptura de las tradiciones lindaba con lo sacrílego. Hoy, este pabellón empanado que enarbolan los venezolanos en cada rincón de la patria y del mundo es parte de la identidad nacional; y en este caso es posible identificar su origen. El mérito es todo de Óscar y Teresita.
¡Y todavía puedes probar las originales!

Óscar y Teresita
Lunes a sábado 7 a. m. a 12 m.
Carrera 16 con calle 37.
Esquina Suroeste. 
Barquisimeto. 
Teléfono: 0424 545 59 84